miércoles, diciembre 14, 2016

Los Pasos Distantes

Detrás de toda fotografía invariablemente hay una historia, como la que se desliza en cada una de las imágenes que presenta este libro. Una anécdota, un párrafo aparte, una coma que se quedó extraviada en la conversación. Por eso, siempre que revisitamos una fotografía, ésta nos evoca una sensación. De allí que los pasos distantes sea la expresión exacta para graficar el recorrido de un extenso derrotero, y las huellas de este largo camino vayan quedando plasmadas en instantáneas. Los fotógrafos somos seres de instantes. La cámara no solo es un adminículo más, un accesorio… Es la prolongación de tus ojos, un instrumento. Por eso tracé expediciones desde La Habana a Buenos Aires, del archipiélago Juan Fernández a las islas Malvinas, pasando por Montevideo, Ushuaia y Punta Arenas. Por eso busqué un ángulo exacto, un estallido de luz que detenga ese instante. Como si fueran las líneas de un cuento inconcluso. Y al igual que en los textos, el retorno siempre es un necesario ejercicio, para poder revisar y de golpe volver a partir. Explorar Bolivia, Perú y Guatemala, adorando el México profundo, ése de los contrastes. El transporte que me condujo por este periplo tuvo diferentes fisonomías; barcos, trenes y motos. Aviones, caballos y carros. Pero en todos ellos existía un denominador común, un patrón que se repetía. El traje invisible se transformó en un requisito y con ojo disciplinado me convertí en vigilante. Oruro, Oaxaca y Cuzco. Algo estaba buscando en esa cadencia del ser humano. Ese afán por lo desconocido se fue acrecentando, ya no era un asunto de gustos. Con la fuerza de atracción que proporciona un imán, me fui vinculando con ese aspecto que condiciona los pasos, facetas y actividades. Características que albergan la esencia del que habita su sitio. Porque ya no solo eran las ganas de viajar, algo se estaba incubando, un interés supremo hizo que me volcara en una desenfrenada búsqueda. Todo tenía sentido; un salto en la playa, las copas servidas en la barra de un bar, un diálogo exultante que se revela. San Telmo, Auckland y Montalbán… Estos fotogramas son los testigos de mis andanzas, la memoria visual de mis trayectos. No ya un dato más, una imagen. Ollantaytambo, Potosí y Ralco, otras ciudades. El hombre del sombrero, la niña que llora, la cubierta de un barco, los despojados que habitan la cárcel. Por eso, cada vez que vuelvo sobre las fotos que alberga esta construcción que denominamos libro, percibo ese aroma: el de los personajes extraviados en los pasos distantes.