domingo, septiembre 21, 2008

Mudos Testigos


Desde el primer minuto en que aterricé en el aeropuerto José Martí me embaucó esa sensación de retroceder en el tiempo.
Y no solo por el recuerdo del secuestro de Fangio; venía con la convicción de retratar sin aspavientos una época, un territorio donde la ornamentación está intacta, detenida en el tiempo.
Esa certera intuición me condujo a los escenarios.
El teléfono de disco en la oficina de maletas perdidas, las tenues luces de un cuarto, una hilera de taxis añosos.
De un minuto a otro me sentí en un mundo perdido, como en una película Bogart; salía un Ford 52, entraba un Chevrolet 55, pasaban uno tras otro y mi devoción por estas reliquias crecía con cada nuevo modelo. Era cierto, las calles de La Habana son los pasillos de un museo de autos antiguos. Son miles de carros surcando la barrera del tiempo, intactos, fieles testigos de historias pasadas.
En cada esquina el aroma de un tiempo extraviado en los talleres del imperio de las grandes compañías automotrices...
Ahora no tengo dudas.
Si Fangio viviera pensaría en volver al pasado.