viernes, junio 01, 2007



Si algo no podía sospechar eran las arañas, nos hubiéramos encontrado tres o cuatro veces sin que mordieran, inmóviles en el pozo y esperando hasta el día en que lo supe como si no lo hubiera estado sabiendo todo el tiempo, pero los martes, llegar al café, imaginar que Marie-Claude ya estaría allí o verla entrar con sus pasos ágiles, su morena recurrencia que había luchado inocentemente contra las arañas otra vez despiertas, contra la transgresión del juego que solo ella había podido defender, sin más que darme una breve, tibia mano, sin más que ese mechón de pelo que se paseaba por su frente...