viernes, junio 01, 2007



El calambre que me había crispado en ese segundo en que Ana ( en que Margrit ) empezaba a subir al escalera vedada cedía de golpe a una lasitud soñolienta, a un gólem de lentos peldaños; me negué a pensar, bastaba saber que la seguía viendo, que el bolso rojo subía hacia la calle, que a cada paso el pelo negro le temblaba en los hombros...