Día Jueves
No hago otra cosa que componerme de esto que llamas alegoría
y que por un segundo desenreda mi mente;
soportando con fluido agazajo todo tipo de connotaciones
que superponen tu figura
por sobre este vacío que observo, pero no lo observo.
Mi cerebral contextura divaga, piensa, transcribe.
Asimila con suave tacto tu escénica circunscripción
y luego vuelve a esto que palpo, es decir,
a este circunstancial estado en que te pienso.
Entonces las palabras se vuelcan, de pronto
como un módico trueque,
donde el intermediario no cesa de oprimirme la sien
y el lapidario acertijo transforma la hoja vacía
en una suerte de electro-encefalograma y
que por obra y gracia del impulso que dicta
esta encrucijada en que me detengo,
amontona con ordenada regla estas elucubraciones.
Pero basta tan solo una duda para volver a recomenzar ,
ya sin la necesidad de la escafandra, ni el buzo, ni los objetos de plata.
Más bien, con la certeza del aguijón de una abeja
poder acertar en el centro de tu coraza
y arrebatarte de a poco la estrepitosa independencia
con que se escabulle tu risa, tus manos, tu boca.
Tenderles un cerco, domesticando tus labios.
Tus brazos, anudarlos a mis cajones
tangencialmente delimitados por estos rumbos
que no hacen otra cosa que recomponerse del estupor
con que se compone tu lejana distancia.
Divagar, divagar, divagar.
Estructuralmente de esto están hechos los días
en que me sacudo de ruinas; melancólicas alegorías
con que dejo pasar el estertorozo estado en que no te tengo
y volver a las hojas
es una frecuente terapia en que me sumerjo.
Como hoy, que es un día jueves.
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